Cuando eres papá o mamá te asaltan las dudas y los
miedos, sobre todo si eres primerizo.
Aunque en nuestra experiencia, la palabra miedo se queda
corta, yo prefiero utilizar la palabra TERRORES. Todo nos daba pavor.
Principalmente los primeros meses, cuando el bebé se pone
a llorar y no sabes qué le pasa, lo pruebas todo para calmarlo pero él sigue
llorando sin consuelo. Esa sensación es desgarradora, te atraviesa el alma
abriendo un agujero que no te permite respirar. A veces, ni siquiera te deja
pensar con claridad.
Pero ésa es la inteligencia de la Naturaleza. Para
asegurar la supervivencia del bebé, su llanto suena de tal manera que no puedas
ignorarlo sino que te veas obligado a atender sus demandas.
Vale, la teoría está muy bien, pero cuando tienes a tu
renacuajo en brazos nada de eso te ayuda. Sólo sabes que se te pone un mal
cuerpo que no sabes cómo gestionar, y que ni todos los conocimientos del mundo
te sirven para nada.
Y lo digo desde mi propia experiencia ya que, siendo
maestra, poseo una pequeña base de conocimientos científicos en lo que respecta a algunos aspectos relacionados con la infancia. Sin embargo, cuando se trata de mi duendecillo,
muchas veces siento como si tuviera las herramientas necesarias pero no supiera
emplearlas. En muchas ocasiones he sentido que todo lo que he estudiado no me servía
de nada. Sólo era capaz de preocuparme e intentar hacer todo lo que dicen los
manuales, aunque esto tampoco garantizaba nada.
He llegado a la conclusión de que la maternidad es la
única asignatura que tiene miles de manuales para consultar, pero que no se
corresponden con las preguntas del examen, porque el examen es un modelo único
para el que has de elaborar tus propias respuestas. Y por eso en bastantes
situaciones te quedas con la sensación de que estás al borde del suspenso, o
que apruebas por los pelos (y a ver a la próxima qué pasa).
Nunca tienes la certeza absoluta de que lo estés haciendo
bien. Aunque te digan que tú eres el mejor padre o la mejor madre que podría
tener tu hijo. Sólo cuentas con la creencia de que estás haciendo lo que consideras
más adecuado para tu bebé. Y todos los Superpapis y Supermamis deseamos lo
mejor para nuestro pequeñajo.
Además, la única valoración que recibes es el observarlo
a él, comprobando día a día que va creciendo sano, que se ve fuerte y que te demuestra
que es feliz.
Un día acudí al consultorio médico y me encontré con mi
matrona. Lo miró y él, durmiendo, abrió una sonrisita. Entonces la matrona me
dijo: “Míralo, es feliz”.
Parecerá una tontería, pero esa frase se me ha quedado
grabada en el corazón, y se la repito a Superpapi y a mí misma en los momentos
de crisis, cuando no sabemos qué le pasa ni cómo consolarlo.
Pues con eso me quedo:
“El duendecillo es feliz”.
Y nos encanta escucharlo reír. Eso sí es impagable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario